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Las órdenes religiosas
Por Miguel M. Delicado Publicado en Religión en 02/06/2011
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Órdenes religiosas

Bueno, me voy a lanzar en un tono generalista, pues en conjunto la importancia de todas y la de Cluny como germen, deviene analizar su evolución.

Pienso que lo más importante no es quizás cuántas órdenes se crearon o si cada una era más o menos influyente, lo que de verdad es importante es por qué nació esa caridad en un mundo tan duro, en el que la simple subsistencia de uno de y de su familia era problema más que suficiente para no preocuparse por los demás. Para mí ese es un factor importantísimo, y que además hoy en día cuesta de comprender (por lo menos a mí).

En cuanto que uno analiza la situación más cómoda del clero y del pueblo llano en los tiempos posteriores a la Edad Media, más difícil se hace entender cómo en situaciones en que el sobrevivir día a día era tónica habitual, propiciara la aparición de un sentimiento de vecindad, de empatía y de auxilio al prójimo. No hablamos de simple ayuda entre iguales, hablamos de clero con ideas próximas de ayuda y de entrega aun con reglas distintas, con lenguas distintas y con subsistencia en muchos casos garantizada.

En muchos casos, el clero era la salida posible de subsistencia de algunas personas del pueblo, pero en otros fue la de nobles que en modo alguno necesitaban esa salida, muy al contrario. Precisamente por eso creo que tanto las mendicantes como el cister o cualquier otra se alimentaban de personas entregadas al cuidado de las almas y de un “camino” que la propia sociedad aun en su catolicismo no podía llegar a cristianizar en conjunto.

Creo que el conjunto de órdenes cumplían un fin y además lo hicieron bien, cada uno a su manera, pero el surgimiento de esa caridad a costa de perder privilegios, incluso la propia vida fácil de algunos nobles, y del modus vivendi de muchos pobres, tiene cuanto menos una profunda reflexión que debemos analizar… El hombre es en sí mismo incomprensible.

Casi todas las órdenes que surgieron pienso que tuvieron una esencia y una trascendencia común; el desentendimiento sobre las desviaciones de poder del clero de alta “gama” y del aislamiento sobre una “vivencia” equivocada del cristianismo. Cualquiera de ellas abocaba al pensamiento piadoso, a la caridad y al dogma que tanto Jesús como los apóstoles infundieron en las almas cristianas. Esa esencia de repulsa a la connivencia político-religiosa cuando esta emanaba aires contaminados se fue extendiendo en diversas formas de entender el mensaje cristiano -las órdenes-.

No se criticaba la existencia de riqueza propiamente, sino cómo se dilapidaba esa riqueza y cómo se distribuía y usaba. La riqueza estaba reñida (según algunas órdenes) con esos valores de piedad y caridad, pero promulgar esa riqueza y ensalzarla del modo que se hacía, aún enfatizaba ese ansia de separatismo.

La trascendencia de la formación de estas órdenes vino dada por las reformas de la Iglesia en muchas de sus facetas; desde la gregoriana y su separación del poder imperial para la nominación papal hasta la determinación de las sedes papales y de la forma de administrar la propia Iglesia. Ningún movimiento pasa inadvertido entonces, pero los escasos extremos de herejía como la cátara no confunden ni dejan de demostrar que la multiplicación de contestatarios tenía algún fundamento.

Como conclusiones creo que puedo aducir en mis modesta opinión que la Iglesia tuvo su merecida respuesta a sus excesos. La propia “Iglesia” ekklesía, ecclesia o asamblea le dijo a su “Catedral” que les bastaba con una simple ermita para seguir el mensaje de Cristo pobre, humilde, que no arrojaba la primera piedra, que amaba a sus enemigos etcétera, etcétera, etcétera…

Me parece interesante aportar como elemento generalista, dentro de mi intervención en tal sentido, a las personas que no encuadrándose en ninguna de las órdenes que estamos viendo, a los Ermitaños. Estos profesaban una vida apartada de la rutina monástica, dentro de un parámetro de creencias y aplicación vitales muy diferentes en lo social, aunque probablemente muy iguales en el culto.

Un Ermitaño

Indagando bibliografía como la de Diccionario Histórico-Portátil de las Órdenes Religiosas y Militares publicado en 1.792 he encontrado información sobre ellos como su vivencia en las proximidades de las ciudades, en una vida casi solitaria. Estos retiros, que venían motivados por diversas causas, en su mayoría buscaban un aislamiento de las influencias sociales para hallar una verdad en la contemplación y el culto.

No se trataba de personas iguales con contenidos espirituales iguales y vivencias distintas. Existían vivencias distintas, nombres asignados distintos, lugares de meditación distintos… pero una idea concentrada en el aislamiento para poder dedicarse a Dios plenamente, sin interferencias, y con un empeño y valentía que muchas veces hacía peligrar las mismísimas bases de la creencia dentro de la cómoda urbe.

Estaban los anacoretas o ascetas cuya vida se desarrollaba en el desierto, y su nombre honraba su profundo retiro y continuos ejercicios; otros preferían el aislamiento espiritual dentro de una comunidad al cargo de un responsable y eran llamados cenobitas; otros vivían en grupos muy reducidos de dos o tres personas, sin superior alguno, y con menos fervor, se les llamaba Remobitas o Sarabitas; los Gyrovagos o Monjes errantes deambulaban de país en país, pasando por distintos monasterios sin hallar en ninguno la quietud y la paz que les permitiera la perfección. Las credenciales que se daban eran una buena voluntad, deseo sincero de hacer penitencia y búsqueda de la perfección. Con estos valores la vida ermitaña o solitaria daba al monje entidad para ejercer su particular búsqueda.

No darse a pertenecer a ninguna orden, sin voto religioso conocido en muchos casos, y retirados en ermitas con una vestimenta monacal, eran suficiente para que en su retiro y soledad, dedicados hasta su muerte a la oración y la meditación, fuesen apodados como los Solitarios o Ermitaños. Sin duda una orden en “ninguna” regla, que precisamente por la falta de ella impidió que se considerase orden como tal, aun cuando sus vivencias incluyesen con mucho dictados benedictinos o agustinianos.

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